El lunes nos despertamos como buenamente pudimos y desyunamos algo de lo que nos quedaba. El día anterior, al llegar al casino confiábamos en tener nevera en la habitación donde gyuardar la fruta y la comida que compramos en el supermercado. Resultó que no tenía tanto nivel nuestra habitación. De modo que en un acto de pensamiento creativo, quité las bolsas a las dos papeleras que aun no habíamos usado y Sali al pasillo a rellenarlas con el jielo de una máquina. Gracias a eso pudimos ir tirando y las uvas, los albaricoques y los yogures nos aguantaron el resto de los días. A las siete salia el autobús hacia el Gran Cañón y como teníamos un buen trecho hasta la frontera de Nevada con Arizona, intentamos recuperar las horas de sueño. Y digo intentamos porque una vez atravesamos el desierto y entramos en la Reserva Natural del Gran Cañón la carretera se volvía de todo menos carretera y no pudimos dormir nada de los saltos que pegaba el autobús. Entramos en la reserva de los indios nativoamericanos a todo trapo, nos hicieron esperar lo menos cuarenta minutos hasta darnos todos los papeles para salir marchando a ver el cañón y, como teníamos que regresar a la Terminal principal antes de las dos y aun no habíamos comido, tuvimos que parar en Eagle Point a comer una asquerosa bandeja de comida que nos costó 60$ (estos nativoamericanos están montados en el dólar) y asomarnos un poco al barranco, apenas sacamos un par de fotos desde Guano (en serio que se llama asi) Point y regresamos a Terminal con el tiempo justo, sólo para que nos hiceran esperas una hora y cuarto hasta que el chino-guía que teníamos se organizó con las agencias de vuelos para ver en qué helicóptero nos mandaba volar. A estas alturas yo ya tenía un cabreo que no me aguantaba. Por mucho menos en España ya les estarían demandando, pero con estos jodíos chinos no hay forma de hacerse entender, son expertos en hacerse los despistados. Yo no sé por qué seguimos usando la expresión “me han engañado como a un chino” si en realidad son los chinos quienes nos engañan a nosotros, especialmente si trabajan en una agencia de viajes. Y conste que esto no lo digo para todos los chinos en general, sino solo para aquellos que estafan a los turistas hindúes, occidentales e incluso chino-coreanos con viajes a contrarreloj. En fin, que después de la tremenda pérdida de tiempo (recordemos que no disfrutamos del Gran Cañón al ir con prisas) y mi consecuente cabreo, finalmente nos despacharon un nos sacaron al helipuerto desde donde pudimos volar. Y vaya si volamos. Descendimos el barranco con unas vistas dignas de cualquier documental de la dos. Nos dejaron en el fondo, a la orilla del rio Colorado, donde una pqueña barquita a motor nos navegó rio arriba y dejó que la corriente nos arrastrase de regreso al puertecito (de paso el capitán nos explicó algunos detalles como la altura máxima del barranco, la división territorial del Gran Cañón y como los indios se estaban forrando a base de explotar la Reserva Natural). Cogimos de nuevo el helicóptero y volvimos a la superficie, donde nos metieron de nuevo en un autocar de regreso a las Vegas. Llegamos allí con tiempo de sobra, en comparación al día anterior, para ver el espectáculo de luces y agua del Bellagio, entrar en el MGM donde era tan tarde que habían guardado a los leones y caminar hasta el Luxor. Un lunes, a aquellas horas de la madrugada solo estábamos Lola, Sara, la alemana y yo junto a nuestro medio metro de licor para llevar la fiesta. Vimos que la policía se llevaba a una esposada y decidimos volver en autobús. Nos equivocamos y terminamos al otro lado de La Riviera. Tuvimos que caminar de nuevo hasta el Circus-Circus (me duele hasta escribir su nombre) y llegamos a las tres de la madrugada.
El martes fue dia de carretera las doce horas que tardamos en regresar a San Francisco. Salimos a las siete de la mñana tras apenas tres horas de sueño. Intentamos descansar haciendo contorsionismo en los asientos del autobús (ya sabeis como van estas cuasa cuando alguien quiere dar una cabezadita durante el viaje en esos incómodos asientos). A veinte minutos de llegar ya se veía cómo las nubes sorteaban las lomas de las colinas del pacífico y nos sumergimos (literalmente) en una masa compacta de niebla que invadía la autopista. Como ya eran las siete de la tarde y estábamos para el arrastre, nos las apañamos para intentar tomarnos unas cervezas en un bar y despedirnos de la alemana, que se iba a Nueva York aquella misma madrugada. No pudo ser. Entre pitos y flautas, para cuando la alemana (y un amigo suyo que estaba en la residencia de Lola) a parecieron, Sara y yo ya nos habíamos tomado las cervezas y nos recogíamos. No habia ni rastro de Lola o de su amiga que había venido de visita. como ya era tarde y Flores, la compañera de cuarto de Sara, se había ido de viaje a Los Ángeles con Victor y Sergio, me quedé a dormir en su residencia, total, los recepcionistas ya se pensaban que vivía allí.
El miércoles, por hacer algo diferente en clase, leí mi redacción sobre el fin de semana en inglés con acento hindú. Durante el descanso me acerqué a preguntar sobre cómo figurarían las horas lectivas en el certificado que tendría que enviar al ministerio. Me sorprendió ver que era diferente a lo que me dijo el primer día y lo comenté con algunas personas que tambien venian con beca y a quienes les afectaría el proeblema, de modo que decidí esperarme al final de las clases para poder hablar con el director. Dio la mala suerte de que el director se habia echo un lio y no estaba muy convencido de querer poner uncamente las sesiones lectivas en vez de las horas reales, justo lo contrario de lo que me dijo cuando se lo comenté el primer día que puse los pies en su academia. Quería poder pasar y hablar con el en un sitio mas apropiado que el pasillo, pero fue imposible ya que estabamos completamente rodeados de españoles y el director, a pesar de tener que hablar conmigo estaba pendiente de los comentarios que gritaban todos los demás. Fue muy confuso y, de mala manera, conseguimos llegar a un acuerdo, no porque el director no quisiera sino porque debía sentirse intimidado rodeado de tantos alumnos con cara de pocos amigos. Por la tarde quedé con Lola, su amiga Fani, Jose y Sara para acercarnos a ver más murales a Mission. Paseamos por las calles principales por donde ya estuve anteriormente y, después de cenar en una taquería, nos recogimos cada cual a su sitio.
El jueves, como era mi ultimo día recogí mi diploma con tranquilidad para poder mandarlo al ministerio cuando regresara. Por la tarde se suponía que íbamos a hacer botellón en Baker Beach, de modo que dejé a la gente en la puerta de clase y me fui a soltar todas mis cosas a casa, que con la tontería, todavía no había pasado por casa desde el martes. Me duché, hice la maleta y sali cagando leches a la avenida 19 donde compre unas latas de cerveza mientras esperaba a que llegara el autobus. Cada poco rato comprobaba mi movil para saber si habia noticias de la gente y mandaba mensajes para asegurarme, sin embargo ninguno llegaba a pesar de encontrarme bien de cobertura, batería y saldo. Poco sospechaba que la tarjeta de mi movil me habia caducado y estaria incomunicado. Ante la falta de noicias segui adeñante con el plan, cogi el autobus, me baje al pie del Golden Gate Bridge, recorrí los tres kilómetros de senda a pie de carretera por la costa acantilada que me separaban de Baker Beach solo para llegar y no encontrar a nadie. Ahi fue cuando decidí llamar y una voz mejicana me decia que no podría usar mi movil hasta que no recargara más dinero. Cabreado y cansado, con las cervezas ya tibias, cogi un autobus de regreso a mi casa desde donde llamé con el fijo de la señora para saber que cojones habia pasado con lo del botellon en Baker Beach y por que coño no me habian avisado. Estaban todos reunidos en Lalola, el café de hermano de ALex, porque habian visto que en Baker Beach hacía muy mal tiempo (como pude comprobar en mis carnes atravesando la vegetación cargado con las cervezas) y se habian vuelto para ponerse a resguardo. La niebla inundaba San Francisco como nuca la habia visto y, de noche, la luz de las farolas me hacia recordar el Silent Hill. Cuando nos asomamos para ver el espectáculo, coincidimos con un grupo de españoles de los cuales estuve hablando con una en el aeropuerto de Filadelfia, cuando venía. Eran de San Diego y estaban de turismo en la ciudad, iban a ver Chinatown a pesar del frio, la niebla y de que, joder, era de noche. Alex les invitó a pasar sin ir a cuento y, una vez que entraron, me vi en la dificial e incomoda situación de mantener una conversación con un grupo de siete desconocidos, de los que conocía a una de hablar diez minutos con ella. Como veía que ni Lola, ni Sara, ni Alex estaban por la labor de unirse en tan delicado atolladero, fui cortando los temas de conversación, hasta que la idea de irse surgió de la boca de una del grupo y, finalmente se largaron. Como resultó que aquella noche tambien era la última noche de un camarero del bar, iban a salir de fiesta, asi que nos apuntamos para ver a cómo seria aquello. Tras mucho caminar, terminamos en un sitio un poco pijo donde se servían vinos mayormente y la media de la clientela rondaba los treinta y pocos años, de largo, nuestras idea de fiesta distaba mucho de aquel sitio. Aceptamos cortesmente unos tragos de vino y en cuanto se hizo un poco tarde y lola, Fani y Sara se recogían, me fui con ellas sabiendo que en aquel sitio no sucedería nada más interesante. de nuevo me quedé a dormir en la residencia de Sara, aprovechando que su compañera Flores seguía de viaje.
El viernes desyunamos waffles e hicimos tiempo hasta qe llegó la hora en la que habíamos quedado con el resto. Sara se fue a ver Twin Peaks y Chinatown, mientras yo me iba al cine con Jose, a quien convencía para ver Scott Pilgrim contra el mundo el día del estreno. Tal vez no me quedase el fin de semana para disfrutar del concierto indie en el Golden Gate Park de los Strokes y Kings of Leon, pero al menos tendría algo de lo que hablar al regresar a España. tras la pelicula, nos encontramos con las chicas en North Beach y dimos vueltas viendo el museo Beatnik y las callejuelas anteriores a Telegraph Hill. Luego bajamos Chinatown hacia Market, topándonos continuamente con un grupo de turistas de San Diego que iban de viaje de colegas y no dejaban de hablarnos. Fianlmente les dimos esquinazo cuando entramos a una tienda de ropa donde nos tiramos un buen rato. Después de aquello me fui con jose a su resi para pasarme fotos mientras las chicas seguian de compras y, a eso de las nueve, regresé a la residencia de Sara, donde íbamos a cenar. Tomamos el control de la cocina y nos hicimos unos buenos macarrones con beicon. Para bajarlos, nos sentamos en el salón a ver la pelicula de Wanted, cuyo comic me comencé a leer aquella tarde que pasé en el Borders solo para leerme el final de Sacott Pilgrim antes de que estrenaran la pelicula. Como la cosa ya estaba decayendo y a mi se me hacía tarde, hice un inteto de despedirme, que resultó en que fani, lola y sara se pusieran en marcha para salir de fiesta y, finalmente, en la puerta del hostal nos depedimos. Regresé a mi casa en el metro con tan mala pata de sentarme al lado de un norteamericano muy raro que no hacia más que protestarme sobre lo mal que habían jugado los Giant, cuando le pregunté me comentó cosas acerca de los sitios por donde solí salir él de fieta y de más cosas raras sobre el turismo que tendría que hacer yo en San Francisco. Menos mal que s bajó antes que yo. En la casa estaba todo en silencio. la señora hacia rato que se habia ido a dormir. Me duché, revisé mi correo, le dejé una nota de agradecimiento y saqué las maletas al recibidor. Entonces me di cuenta de que en lsofé habia más parientes durmiendo. Me despedía con un seco «Buenas noches» y me salí a la calle a esperar el shuttle que me llevara al aeropuerto donde, tras una larga cola de facturación, conseguí meterme en el avión.
Al contrario de lo que me ha sucedido otras veces, esta vez, en San Francisco, no tuve una sensación de querer marcharme de allí cuanto antes. Creo que ya me había empezado a acostumbrar a vivir allí, a coger el metro todos los días, a encotrarme a la misma gente siempre. Dudo mucho que mi nivel de inglés haya mejorado mientras he estado allí, pero, una vez más, lo más interesante de ir a un sitio nuevo es conocer a gente nueva, y de eso he tenido ocasiones a patadas. Los ha habido buenos, malos y mejores. De todos he aprendido algo y de todos he logrado mejorarme un poco. Sigo sin conseguir el principal objetivo de este viaje pero por lo menos tengo la satisfacción de poder decir que lo he intentado. Ya habrá más suerte la próxima vez.