La ejecución iba a comenzar. El revuelo que Caos y vircof habían provocado entre los periodistas desapareció en cuanto se encendieron las luces al otro lado de la cristalera.
“¡Regresen a sus asientos! ¡Es una orden!” Gritaba un reducido número de soldados que habían entrado en la sala.
Poco a poco los diferentes reporteros que se adelantaron a la cristalera se encaminaron a la gradas. Dispersar a los periodistas les iba a dejar al descubierto por lo que Vircof intentó avivar el descontento de los que aún permanecían a su alrededor.
“¿Regresar? ¡Si desde ahí atrás no se ve nada! ¡Mis lectores se merecen algo mejor!” Respondió altanero. “¿O es que hay algo que no queréis que veamos?”
Aquel último comentario debió tocar la fibra sensible del soldado jefe, pues reaccionó apresurando a los periodistas para que se sentaran. Vircof lo notó y se dejó llevar.
“¡Eso, asi es como nos tratan! ¡Nos toman como si fuésemos herramientas! ¡Nos privan de nuestra labor como comunicadores!” Aulló cuando uno de los soldados comenzó a empujarle en la dirección de las gradas. “¡Manipulación! ¡Censura!”
Sus gritos no pasaron inadvertidos, así que en cuanto Vircof notó que tenía la atención de unos cuantos periodistas se tiró al suelo para hacer un poco de teatro. El soldado intentó levantarlo pero Vircof no dejaba de zarandearse y escurrírsele. Desde las gradas la perspectiva era diferente. Daba la sensación de que el soldado lo estaba aplastando contra el suelo.
La reacción no tardó en hacerse de esperar. Un puñado de periodistas alertaron a los demás y enseguida los soldados se vieron rodeados de furiosos reporteros dispuestos a golpearles. El descontento acumulado no era fruto únicamente del mal trato que recibieron desde que llegaron a Endsville por parte de los empleados de la Autoridad, quienes les trataban como ignorantes articulistas sin interés de meros mecanismos con los que tener informado al populacho, si no que también reinaba cierto malestar hacia la Autoridad en si misma como un organismo que en más de una ocasión les había coaccionado e incluso amenazado.
Todo ese enfado estaba explotando en las gradas de la Bóveda cuando el soldado vestido con un mono blanco que hasta entonces había estado dando vueltas en torno a algo cubierto por el gran trozo de tela comenzó a hablar.
“Preso 081087, también como conocido como Txus Jesúlez y autor de los asesinatos múltiples en el Archipiélago Mendel, se le ha encontrado culpable de alta traición al asegurar el fracaso de una de las misiones más arriesgadas con agravantes tales como pretender incriminar a sus superiores y darse a la fuga. Por ello el Alto Tribunal de la Autoridad le condena a ser ejecutado por desmasificación.” Y tras terminar de leer la sentencia el soldado agarró la lona que tapaba la jaula y descubrió su interior.
Todos aguardaban expectantes la revelación en la sala de prensa. Su sorpresa se volvió descontento e indignación cuando notaron que en el interior de la jaula no se encontraba el famoso asesino del Archipiélago Mendel, sino un confuso y aturdido soldado sin su mono blanco. Los gritos de protesta no tardaron en hacerse esperar.
“¡Censura! ¡Manipuladores!” Chillaban los periodistas.
Vircof, desde el suelo donde seguí fingiendo estar inmovilizado le lanzó una mirada a Caos para que actuara. El coloso reveló uno de sus hachas y golpeó la cristalera que daba a la sala de la jaula y las antenas. El cristal vibró y tembló, pero no se rompió. Ni siquiera llegó a resquebrajarse un poco. Caos miró a su hacha sorprendido olvidando todo lo demás. Vircof se levantó apresurado y lo apartó hacia un lado. Su acción no había pasado desapercibida y ahora los mismos periodistas que hasta hacia poco coreaban las palabras de protesta de Vircof, alertaban a los soldados de la presencia de un individuo armado en la sala.
“¿Has encontrado ya algo capaz de vencer a tus ‘hachas de acero tolariano’? ¿Dónde está esa fe en que ‘la cristalera cederá’? ¡Esto se está yendo a pique y nosotros no tenemos a dónde huir!” Informó Vircof a grito pelado a su compañero de armas mientras la marabunta de periodistas que intentaban salir de la sala para alejarse de ellos chocaba contra un pelotón de soldados que estaban entrando para arrestarles.
“Una salida menos. Quedan dos.” Resolvió Caos recordando las palabras que le dijo a su compañero cuando se encontraron en las gradas.
Se levantó de golpe haciéndose más grande y blandiendo su hacha la golpeó contra la mampara del cuartucho donde tuvieron a Txus exhibido mientras se llegaban los periodistas. El cristal estalló en un millar de pedacitos causando un estrépito que se oyó por encima del ruido de la muchedumbre. Casi todos los periodistas ya habían salido y enseguida Caos y Vircof estarían rodeados por los soldados que estaban entrando.
Sin vacilar ni un instante, ambos saltaron por encima del cristal destrozado hacia la salita desde la que se llevaron a Txus. Caos aporreó la puerta de un apatada y, con el tamaño que ahora tenía, la puerta cedió sin ofrecer resistencia. Vircof y Caos huyeron de la sala de prensa seguidos muy de cerca por un numeroso grupo de soldados.