Diario de a bordo XCVII

7 06 2010

«¡Noooooo!» Gritó Vircof.

Txus se apresuró desde el pórtico y recogió al artillero antes de que la tiradora colosa tuviese tiempo de cargar otra flecha.

«Tenemos que recogerlo. ¡Seguro que lo puedes curar!» Sollozó Vircof al médico mientras lo arrastraba fuera de la sala.

«Olvídalo. Tu pájaro está muerto. Es imposible recuperarse de una herida así. Nadie sobrevive a que le atraviesen el cuello.» Le reprochó. «Excepto, tal vez, el capitán.» Añadió recordando nuestro primer encuentro.

La situación en el patio tampoco era más favorable. Todo un pelotón de soldados acaba de subir tanto por las escaleras laterales del zigurat como por la entrada a las galerías por la que llegamos nosotros. Acababan de subir porque aún se las notaba desorientadas y no habían tenido tiempo de organizarse, de lo contrario no me explicaba cómo no notaron nuestra presencia.

En la confusión del momento, sólo pudimos alejarnos de la entrada lo justo para llegar a la fuente central. Caos aún no se había recuperado y seguía apoyado en mi hombro, mi único brazo libre sujetaba el hacha de doble filo de la armadura de Ak’roma y Txus no podía maniobrar sin dejar de arrastrar a Vircof, que seguía empeñado en regresar a por Ron.

Todas las salidas estaban bloqueadas por las soldados que comenzaban a tomar posiciones en torno a nosotros. La idea inicial de Txus de escabullirnos entre las galerías interiores del zigurat era, en un principio, nuestra mejor oportunidad para salir del palacio, evitando todo tipo de enfrentamientos. Contra las soldados colosas no tendríamos ninguna oportunidad de huir. Como acabábamos de comprobar, el único que podría enfrentarse a una guardia colosa en igualdad de condiciones era Caos y eso lo convertiría en el objetivo principal de todos los ataques.

«Tienen el hacha de la Ak’roma. ¡Son unos ladrones!» Gritó la soldado que se encontraba más avanzada del destacamento. A aquellas alturas de la noche ya no importaban las acusaciones que nos hicieran. Todo se había ido al traste.

«¡La emperatriz ha muerto!» Anunció una de las guardias que irrumpieron en la sala asomándose desde el pórtico de entrada. «Han matado a la emperatriz. ¡Muerte a los asesinos!»

El círculo de soldados comenzaba a estrecharse en torno al pedazo de fuente en el que nos encontrábamos. No teníamos otra opción que rendirnos. Al tratarse de cuatro humanos, siempre y cuando Caos mantuviese nuestro tamaño, teníamos la posibilidad de que nos encerraran para adiestrarnos como mascotas. En el peor de los casos, posiblemente nos ejecutarían en aquel momento.

Escuché el chapoteo de dos dobles de Txus apareciendo en el agua de la fuente. La fuente que la emperatriz instaló en lo alto de su palacio al estilo de las casas aristocráticas. El obispo seguramente le había hablado de ellas a la emperatriz como parte de su misión con el Segundo Estamento. Al final la Autoridad había conseguido hacer mella en las costumbres colosas después de todo. Al final la Autoridad también estaría presente el día de mi muerte.

Aunque la fuente no era algo propio de la cultura colosa. Los colosos no conocían la irrigación ni sabían canalizar el agua. Si el agua conseguía llegar hasta aquella altura del zigurat seguramente era porque Ibis Geth había conseguido desviar el agua del río cercano a la ciudad Capital. Y al no tratarse de ningún circuito cerrado de agua porque desconocían el uso de las bombas hidráulicas, el agua de la fuente debería regresar nuevamente al río. Si la canalización del agua para la fuente se había excavado en la roca del zigurat, debía ser lo bastante amplio como para permitir que el obrero coloso que lo excavase pudiese entrar y salir fácilmente.

El chorro de agua que salía del jarrón que sujetaba la estatua de la colosa, caía sobre la superficie que representaba los campos de cultivo germinando y resbalaba hacia unas losas enrejadas. Unas losas enrejadas demasiado finas y delgadas como para ser talladas por obreros colosos. Seguramente Geth las trajo de fuera, al igual que el material para el carro de aquellos campesinos y otras tantas cosas de las que no me había enterado pero de las que estaba convencido que Ibis había fabricado para toda la isla.

El cerco de las soldados seguía estrechándose sobre nosotros pero aún se encontraban a suficiente distancia.

«Txus, retira las rejas de la fuente.» Ordené. «Saltaremos por el desagüe.»


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4 responses

7 06 2010
Jesús T. "chusetto"

¡Oh, Dios mío, han matado al pajarraco! ¡Hijos de puta!

Una loli menos en el mundo, aunque fuera bicéfala y midiera 3 metros… T_T

8 06 2010
Vircof

¿Este era tu plan para que no fuera Kaos quien matara a la dulce niñita pero si hacer que muriera? Mmmm… interesante, pero sigo sin apoyar la idea de que fuera Ron el verdugo y encima lo matasen U_U

8 06 2010
Maese Fangorn

Hombre, era la única variable que quedaba pendiente. Durante todo el camino hasta Capital y en la incursión nocturna al zigurat se ha estado haciendo referencia a los graznidos. No es algo que haya solucionado deprisa y corriendo.
Además, también pensé en que la matara el médico (por aquello de «ya me he cargado a mogollón de soldados ¿qué más da un cadáver más?» , pero no encajaba con la perspectiva que quería darle. Luego pensé en ¿por qué no? que Caos la matara, pero me pareció más interesante que se diera cuenta de que la justicia era relativa y no un derecho inquebrantable.
Resumiendo, que todos podían ser asesinos, menos el capitán, porque es el que más piensa y el que más mola XD

10 06 2010
KAOS

Oh! como se ha puesto esto hdp’s, caray, caramba, caracoles, etc. xD

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