Terceras crónicas 13

13 08 2008

El artillero acabó de tensar sus ballestas y recogió todas las bombas explosivas en un pequeño saco. Se subió a su mesilla y trepó como pudo hasta subirse encima del tejadillo que cubría la cocina y el cuarto de derrota. También subió una cesta y un cubo con más químicos para poder seguir preparando más en el caso de que se volviese a quedar sin más. Desde ahí arriba se podía ver casi todo el largo de la goleta y toda la armura de babor del buque, más elevada que la de la Fenris.

Al estar en el tejado sin nadie alrededor se percató de que los pocos soldados que quedaban en el buque podían divisarle con facilidad, su coraza anaranjada no le permitía pasar desapercibido, por lo que debería ocuparse de ellos antes de le vieran y diesen la voz de alarma a todos los que estaban debajo, sobre la cubierta de la goleta. Cogió la ballesta grande de vibranium, que absorvería el tambaleo de su agitado pulso para poder disparar con más precisión, y cargó una flecha que tenía uno de los pequeños chismes explosivos atado en la punta. La situación le resulto extrañamente familiar.

Cuando estaba solo en el campo, las primeras veces que salía a cazar con su arco, conseguía muy poca comida y pasaba mucha hambre. Cada vez que acertaba a un pájaro posado en una rama, el resto de la bandada alzaba el vuelo, asustados al ver que uno de sus congéneres caía estrepitosamente al suelo, inerte. Entonces comprendió que no le serviría de nada seguir apuntando a los pájaros que se encontrasen en medio de la bandada, ya que eran claramente vistos por los demás haciendo que cundiera el pánico. En su lugar, aprendió a cazar los pájaros de los extremos, derribándolos uno a uno hasta conseguir suficiente comida.

El artillero prendió la mecha mojada de una bola con un poco de la pasta burbujeante que había subido en el cubo y la lanzó más allá del palo de mesana de la goleta, donde había estado dando vueltas con las espada larga hasta hacía poco. La bola destelló y comenzó a soltar ráfagas explosivas que confundieron a los soldados que en ése momento peleaban con los dos médicos y atrajo la atención de los todos soldados que vigilaban desde el buque. Aprovechando el desconcierto de los soldados apuntó a uno que vigilaba por la popa del buque, más cercana a él, y disparó. La flecha no le dio de lleno, por supuesto, pero el explosivo que llevaba estalló cerca del soldado, que cayó al agua. Era la primera vez que probaba la ballesta y contaba con que fallaría, pero aún así se le daba mejor que manejar la claymore.

La explosión de la flecha se camufló con el ruido de la metralla de la bola de luz y no alertó al resto de soldados del buque. La ráfaga de explosiones de la bola duró lo suficiente como para que el artillero derribase a todos los soldados con explosiones cercana que los empujaban por la borda. Una explosión por cada soldado, excepto al último que le dio de lleno, a pesar de ser el único que se encontraba más alejado de todos.

Cuando terminó con los soldados del buque y se pasó el efecto de la bola de luz, el artillero se fijó en las velas del buque de la Autoridad. Impregnó la punta de una de las doce flechas de vibranium que compró junto a la ballesta con el contenido de uno de los botes de la cesta, el mismo tipo de líquido que había utilizado hace poco para deshacer las cuerdas de las escalas que les habían lanzado y apuntó a una de las jarcias de la cruceta en el mástil de mesana del buque. Era un tiro arriesgado teniendo en cuenta que todavía no manejaba la ballesta a la perfección. La flecha era de vibranium, no se desplazaría en absoluto si el tiro era preciso y, sin embargo, era eso lo que más le preocupaba. Aún así, disparó.

La flecha se acercó a la jarcia trazando un arco y la sobrepasó. No había acertado. El artillero se enfadó consigo mismo. El vibranium era un metal difícil de encontrar y tratar y, por tanto, caro. Aunque no le costaron tanto las flechas al estar incluidas en el precio de la ballesta, acababa de tirar quince doblones al mar. Consideró por un momento la posibilidad de tirar de nuevo con otra flecha y, antes de que la prudencia se apoderara de la idea, el artillero repitió el proceso con otra flecha de vibranium y apuntó de nuevo. Esta vez con más calma.

Disparó.