Diario de a bordo XI

20 07 2007

Fecha estelar: 16 de Junio 2007, 19:56

Con un rápido movimiento de su brazo tiró todos los libros y probetas que había encima de la mesa al suelo, dejándola completamente despejada. Levantó la persiana de la pequeña ventana de forma que la poca luz del atardecer se colara iluminando el diminuto salón y todas los libros de las estanterías, así como los trastos que había por el suelo. Con actitud nerviosa, se puso a revolver en un paragüero oxidado donde se encontraban una decena de papeles enrollados. Tomó uno y lo deplegó en alto, como comprobando si era lo que buscaba. Lo tiró al suelo rápidamente y con despreocupación. Estaba claro que no era lo que buscaba.  Pasados dos o tres papeles más, ogió un amplio rollo y lo abrió en la mesa. Era una especie de plano de una ciudad portuaria.

«Este es el plano de la ciudad de Ishbal. Es un poco antiguo asi que necesito que me indiques si han construido algo por esta zona.» Dijo señalando con el dedo una zona que parecía ser el agua del mar.

Me puse en situación, el muelle donde estaba mi navío era el octavo de una larga fila de diez. Al menos, el último se encontraba a tresientos metros del hangar… pero no tenía sentido, los muelles estaban dispuestos a lo largo de la costa, el área que me señalaba estaba a medio kilómetro mar adentro, y de eso estaba seguro, mi percepción espacial y mi orientación con cualquier mapa eran lo suficientemente agudos como para permitirme distinguir eso.

«No. Está libre.» Vircof comenzó apresuradamente a resaltar la zona con un compás en azul y, ayudado con una pequeña libreta y un segundo plano, a tomar medidas con un compás y una regla. «No entiendo la necesidad de todo esto. Has dicho que venías conmigo ¿no? Entonces lo mejor será salir ya, con toda esa bolsa que has llenado de equipaje el camino de vuelta se hará mas largo si tienes que ir cargando con ella.»

«He, he, he.» Rió con malicia si despegar la cabeza de la mesa y sin dejar de tomar medidas de un plano a otro. «Yo no pienso ir cargado con todo eso ni loco… ya está. Coge esa vara de metal, vamos al patio de detrás.»

Con cuatro zancadas salió del salón y rodeó la casa. Detrás del destartalado edificio había un despoblado jardín con tubos de metal, ruedas de madera, bolas de acero, trozos de cuerda y bidones abollados, fragmentos de cristal, latas… parecía un desguace. También asomaba, por entre la montaña de escombros, una pequeña grúa con ruedas, lo bastante ligera como para moverla pero robusta para aguantar grandes cargas. En un inmenso cajón había arcos, trabuquillos y ballestas pequeñas hechas con los materiales espercidos por el jardín. Pero en medio de toda aquella montaña de metal destacaba un gigantesco cañón de metal macizo, sin ningún remache o arañazo, un cañón tan grande que superaba con creces los dos cañones de proa que había en mi barco.

Con un cubo llenaba el interior del cañón de un polvo negro que sacaba de un cobertizo. No había duda de que se trataba de pólvora, pero de una clase de pólvora que me era desconocida, ya que emitía pequeños detellos dependiendo de cómo le diese el sol. Me asomé por detrás al interior del cañón, Vircof estaba empujando el polvo hacia el fondo y, cuando hubo terminado, se sacó un diminuto frasco de cristal y vació el líquido sobre el polvo negro, al instante una reacción se propagó por toda la pólvora volviéndola roja como la sangre.